La jefa del Área de Difusión, Comunicación y Relación con las Empresas de la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM), Mónica Castilla Baylos, nos habla de la clave del éxito. Por eso, desde Red Itevelesa hemos recopilado todas su respuestas, pensamientos y conclusiones sobre la búsqueda de la clave del éxito y de la innovación. Mónica reflexiona y nos cuenta sus pensamientos.
Estamos viviendo en una sociedad global basada en el conocimiento
donde indirectamente está cambiando nuestra forma de hacer las cosas y
la manera de relacionarnos: estudiar nuestro pasado es fundamental para
entender nuestro presente y dibujar nuestro futuro.
Se ha instalado en nuestras vidas tan deprisa que no nos hemos dado ni cuenta. Ha cambiado la forma de relacionarnos con los demás, con una herramienta que nos conecta en tiempo real en cualquier parte del mundo.
En este contexto actual donde el mercado cada vez es más competitivo, las empresas luchan cada día por innovar
como solución estratégica para establecerse en el mercado: algunas
consiguen irrumpir en el escenario con soluciones disruptivas y otras
aportando soluciones a nichos desatendidos. El factor común a todas
ellas es la necesidad de hacer las cosas de una manera diferente a como
lo hace la competencia hasta ese momento: la necesidad de INNOVAR.
En las últimas décadas del siglo XX la innovación ha irrumpido con fuerza en estudios económicos de todos los países desarrollados y de su mano ha saltado a la política tanto económica como industrial.
Según el Diccionario RAE: del lat. Innovare significa: “mudar o alterar algo, introduciendo novedades” . Y para que esta innovación sea considerada un activo intangible valorizable y valorable dentro de la empresa debe ser protegida.
Con la protección se crea un monopolio en exclusiva
de uso, fabricación y comercialización sobre dicho activo y se genera
una herramienta de defensa contra la copia o imitación. La protección no
evita la copia, pero sí es un medio disuasorio y el medio de defensa
más efectivo. Los derechos de Propiedad Intelectual (derechos de autor) y
de Propiedad Industrial (marcas, patentes y diseños industriales)
conforman algunos de los mecanismos de registro/defensa que hoy en día
pueden usar las empresas para proteger sus activos intangibles.
Un reciente estudio afirma que en la actualidad el valor de los activos intangibles (protegibles y no protegibles) de las empresas pueden suponer el 80-90% del valor de una organización: el capital humano, el know-how, los secretos industriales, las patentes y modelos de utilidad, las marcas y nombres comerciales, diseños industriales o derechos de autor frente al valor económico de edificios, vehículos o equipos de las empresas.
Pero paradójicamente, durante 2.500 años la innovación fue un concepto que acogía connotaciones negativas. Según el investigador canadiense B. Godin, el término procede del griego que significa “hacer nuevos esquejes” y Platón, Aristóteles y otros pensadores griegos lo usaron en sus escritos sobre política como “introducir un cambio en el orden establecido”
, es decir, incorporar nuevas cosas que cambian las costumbres y el
orden de las cosas de manera extraordinaria, por lo que, según ellos, la
innovación debía de estar prohibida por ser maligna.
También los escritores romanos adoptaron el mismo criterio. Filósofos
como Séneca y Lucrecio, poetas como Horacio y Virgilio, moralistas como
Cicerón y Tácito e historiadores como Salustio consideraron la innovación como sinónimo del mal y de lo prohibido. Este sentido peyorativo duró siglos y en el Renacimiento compartió espacio con la herejía
en los discursos religiosos. En los siglos XVII y XVIII todos los que
eran acusados de ser innovadores lo negaban siendo utilizado el término
innovación como sinónimo de cualquier cambio que había llevado al
desastre a cierto país o como un grave insulto y grave acusación. En el
ámbito político el término se identificó con la revolución y los
revolucionarios (revolución inglesa 1649, y la francesa 1789) y adquirió
una pesada carga: toda innovación es necesariamente repentina y
violenta.
Durante todo este tiempo lo nuevo no fue mal valorado ya que se apreciaba como sinónimo de curioso o de extraño pero nunca se utilizó la palabra “innovación” sino otras como novedad, reforma o renovación que implicaban la mejora de las cosas imperfectas pero de manera paulatina.
A mediados del siglo XVIII, durante la Primera Revolución Industrial, a los avances técnicos se empezaron a llamar “inventos” o “máquinas” pero la palabra innovación continuaba ausente que a mediados del siglo XIX se comenzó poco a poco a vincularse con otorgar “novedad” a las cosas o a los procesos, pero todavía no a cambios políticos, legales o sociales.
El término aparece por primera vez con un sentido positivo en la esfera de la economía en los trabajos del austriaco Schumpeter
(1883-1950) donde al estudiar los ciclos económicos describió la
innovación como “el motor interno del desarrollo económico” ya que la
economía capitalista no podía ser ni estacionaria ni expandirse a un
ritmo uniforme.
Se constituyó así la esencia del capitalismo y los protagonistas de este proceso se llamaron “emprendedores innovadores”, es decir, “aquellos que crean innovaciones técnicas y financieras en un medio competitivo en el que deben asumir continuos riesgos y beneficios que no siempre se mantienen”.
Estas ideas modificaron sustancialmente la forma de entender la COMPETENCIA.
Porque lo cierto es que la INNOVACIÓN realmente conlleva
intrínsecamente la aparición de nuevos artículos, de nuevas técnicas o
de nuevos procedimientos de fabricación que atacan los márgenes de
beneficios y pilares de las empresas existentes. Las innovaciones no
garantizan en sí mismas una ventaja competitiva ni consiguen despertar
de manera espontánea el interés de los consumidores sino que es el
empresario el responsable de educar a los clientes en la adquisición de
nuevas mercancías que difieren de las que están habituados a utilizar:
todo ello garantizaría la llegada al mercado.
Estos cambios de comportamiento en los usuarios, estos cambios
socioeconómicos, deben ir de la mano de la capacidad de innovar de las
empresas y de la protección y defensa de su diferenciación.
Por todo ello, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)
ha favorecido el estudio de la innovación y de los procesos de
innovación e impulsado el desarrollo de políticas para su fomento en los
países miembros. La Unión Europea también se incorpora al debate a
finales de los años setenta y ambos otorgan un papel fundamental a la
innovación en el crecimiento económico y en la competitividad de los
países; así comienza una colaboración conjunta para definir metodologías orientadas a medir la innovación de forma estandarizada para poder conocerlos en profundidad y poder actuar sobre ellos.
El Manual de OSLO de la OCDE y Eurostat 2005 (criterios utilizados para elaborar estadísticas de innovación en los países de la UE) definieron la innovación como “la
introducción de un producto ( bien o servicio ) o de un proceso, nuevo o
significativamente mejorado, o la introducción de un método de
comercialización o de organización nuevo aplicado a las prácticas de
negocio, a la organización del trabajo o las relaciones externas”.
Hagamos repaso de todo aquello en lo que somos buenos, de nuestro
poder de diferenciación, de lo que nos hace ser “únicos” y saquemos
partido de esa INNOVACIÓN que aporta valor a nuestras empresas.
En definitiva, Mónica Castilla Baylos nos habla de la clave del éxito y de la innovación, un pilar fundamental en el mundo empresarial. Y desde Red de ITV Itevelesa le queremos agradecer su tiempo, sus palabras y sus maravillosas reflexiones.